jueves, 9 de diciembre de 2010

EL LEÓN Y LA ZORRA



Un León, que en otro tiempo fuera el rey de la selva: poderoso, ágil y temido por todos; ahora convertido en un viejo enfermo y achacoso, acosado por el hambre, se da en perseguir a los cachorros de ternera y de carnero.
Viendo el viejo León que su esfuerzo era en vano y sintiéndose desfallecer de hambre, urdió un plan:
-Diré que estoy muy enfermo y acudirán a saludarme los vecinos de la selva. Y cuando a mí lleguen, seleccionaré los más cebados para comerlos.
Así lo hizo por algún tiempo y tuvo alimento seguro algunos días.
Cierta mañana asomó la zorra muy taimada, y parándose en la puerta de la madriguera, saluda al dueño de la cueva. La divisa el León y la invita a pasar:
-Acércate, amiga mía, que éstos son los últimos momentos de mi vida.
Acompáñame como los otros lo han hecho.
Y la zorra con astucia le contesta:
-¿Entrar y no salir como los otros? No gracias, desde aquí te veo.
No quiero ser manjar para tu dieta.
Y dando media vuelta, con la farsa del León termino ella.
AUTOR:  Félix María de Samaniego

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Cantar del Mío Cid Fragmento

<<Destierro del Cid>>
 


Enviado por don Alfonso marchó el Cid Rodrigo a Sevilla y a Córdoba; iba a cobrar el tributo de los reyes moros de aquellas tierras debían pagar todos los años al monarca cristiano.

Mas sucedió que a esto, el poderoso rey moro de granada, Almutafar, apoyado por unos cuantos castellanos desleales –entre ellos Diego Pérez y Fernán y Lope Sánchez y el orgulloso conde García Ordóñez- decidieron atacar a Almutamiz, rey de Sevilla, entrando por su reino a sangre y fuego. Y como el buen Rodrigo no tan sólo en el servicio de su patria empleaba su espada sino que la usaba también para defender en toda ocasión la razón y la justicia, al saber el grave daño que los granadinos intentaban hacer al aliado de su rey, envió cartas a García Ordóñez haciéndole saber que conocía su traición, y que de llevarse a cabo, se verían con él las caras en el campo.
Mas ya el rey de granada y sus aliados desleales, ricos hombres castellanos, caían esforzadamente sobre las tierras de Almutamiz, destruían cuanto hallaban a su paso, y contestaban con insolencia al Cid que no sería él quien se atreviera a echarlos de las tierras conquistadas.
¡Quien tal dijera al Cid Rodrigo Díaz!
Inmediatamente reunió un gran ejército de cristianos y moros y marcho contra el rey de Granada y los suyos, librándose una batalla que duró un día entero, de sol a sol, en la que los del Cid obligaron a sus enemigos a huir abandonando todo el terreno conquistado. Entonces fue cuando el Cid hizo prisionero en el castillo de Cabra, al orgulloso conde don García y le arrancó por burla un mechón de las barbas.
Y tantos cautivos cogió el Cid, que fue imposible contarlos; mas  tan sólo los tuvo prisioneros tres días, pasados los cuales mando que los soltaran. Que la generosidad del Cid en la paz igualaba a su valor en la pelea.
Luego se unió a los de su compañía, y reuniendo abundante y riquísimo botín, hizo que todo fuese llevado a Almutamiz, rey de Sevilla.
En esta ciudad todos aclamaron entusiasmados a su libertador, y le rindieron el debido vasallaje, entregándole incontables riquezas para las regalara a su señor el monarca cristiano.
Y cuando, portador de tan gratas nuevas, llegó el Cid  a Castilla, fue recibido con gran pompa y agasajo; todos querían verle, escuchar el relato de sus muchas hazañas y saber cómo había vencido al poderoso moro Almutafar, rey de Granada. Fue entonces cuando el nombre de Cid –que en árabe quiere decir <<señor >>  se añadió por vez primera el de Campeador, con que se significó su gran bravura en las batallas.
Antes que Rodrigo, había regresado a la corte el rencoroso conde don García, quien en lugar de agradecer al Cid su generosidad, no podía perdonarle su captura en el castillo de Cabra, y ansiaba vengarse de ella. Por esto, no atreviéndose a luchar cara a cara con el vencedor de Almutafar, procuraba por todos los medios indisponerle con el rey.
-Señor y rey –insinuaba un día al monarca-, ¿cómo pueden las victorias de Vivar habernos hecho olvidar su insolencia en Santa Gadea? Rey y señor –repetía al siguiente-; ¿no veis cómo con crecer tanto y tanto la majestad de Rodrigo Díaz va menguando la vuestra? Y ¿no sabéis, señor, que el Cid se alaba de tener sus pies más reyes moros de los que tenéis por tributarios? Los ricos hombres y mesnadas que siguen al Cid formarían ya una corte como la vuestra. Mirad, señor, que las altanerías del Cid lo van subiendo más alto de lo que es preciso; ved que los moros fronterizos lo adoran y temen como a un Dios. ¿No veis con qué poco respeto se presenta en la corte con la barba desaliñada y el cabello crecido? Pensad, señor, que el que tuvo osadía para hacer jurar a su rey sobre la ballesta, pues un día tenerla para hacerse proclamar rey de su territorio…
Y así un día y otro, llegó al fin don García a conseguir que el rey diera crédito a sus pérfidas insinuaciones. Y una mañana llegó a manos del Cid un pliego autorizado con el sello real, en el cual le hacía saber cómo se le desterraba de Castilla, se le confiscaban sus bienes, y se le daban nueve días de plazo para salir del reino.

LA RAPOSA Y EL GATO

Se alababa una Raposa hablando con un  Gato, de que sabía mil medios distintos para preservar su vida, a lo cual contestaba el Gato que no era tan sabio, pues éste sólo confiaba en su ligereza en trepar para salir de cualquier apuro. Aparecen en esto los perros, y el Gato logró escaparse encaramándose a un árbol, pero la Raposa, no pudiendo hacer lo mismo, cayó en poder de sus enemigos.
Vale más saber una sola cosa que sea útil, que muchas que no sirven.
AUTOR: Esopo